Ni lo apolíneo ni lo dionisíaco, sino otra cosa: la exacta tensión entre una cosa y la otra. No lo apolíneo, que tienta pero aletarga, ni tampoco lo dionisíaco, que perturba y apabulla y por fin deprime o amarga. En vez de lo uno o de lo otro, entonces, excluyéndose entre sí con afán de pureza, mejor la irrupción destellante o la perduración colosal de lo uno en lo otro: el fogonazo dionisíaco (arranque, desborde, explosión) sobre un horizonte que todavía es apolíneo, o la conservación del equilibrio apolíneo (la estilizada perfección de la línea) en medio de un frenesí que es ya dionisíaco. Leer nota
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